miércoles, 31 de agosto de 2011

Lo que viene y lo que hay

 Se acaban las vacaciones y los trabajos reducidos.

 Este momento siempre me había hecho ilusión porque, aunque supone volver a estar bajo el troll, también es volver a estar entre los dragones, rutas por el bosque para recoger fruta, pasear por la ciudad y el bullicio de castillo. Pero este año no. No quiero que pase el tiempo, me da miedo todo lo que se me viene encima.


 No sé cuándo, me el troll anunció que nos iríamos provisionalmente a otro castillo, lejos de aquí durante unos meses mientras desinfectan este de hadas salvajes, esas que parecen ratones con alas. A mí me gustan porque son suaves, me da pena que las maten. Durante todo ese tiempo, estaré en un sitio extraño, sin mis cosas, mi única compañía. Tampoco es seguro que me vuelvan a encargar de los dragones. Aunque era u trabajo extra agotador, a mí me hacía sentir bien. Les acabo cogiendo cariño. Si me ponen de compañía de algún caballero me muero. Odio los caballos.


 Sé que no puedo hacer nada por evitar lo que viene, sólo esperar. Mientras, me voy ahogando poco a poco en el pantano, a veces me recuerda al pantano del Hedor Eterno, por el paisaje, no por el olor. El verde ya me llega a las rodillas. Llevo todo el día comiendo sopa de cieno y siempre quiero más. Quiero salir de aquí, podría hacerlo en cuanto me lo propusiera, pero me da miedo porque está justo al lado de una de las entradas de la mina de rubíes. No sé qué es peor.


 Lo único que me hacía mantener un poco la alegría era la visita de un druida que se supone ya debería haber llegado, viejo amigo del lugar. Es el único que podría salvar mi brazo. Sólo espero que no se demore mucho más y lo pierda para siempre. Por si acaso, ya me voy haciendo a la idea.

lunes, 22 de agosto de 2011

Historia de un Sapo. Parte I

Croac... croac...

 Todavía recuerdo la primera vez que la luz de su torre llamó mi atención... era verano, y habíamos montado una gran fiesta en la charca para celebrar el tiempo estival... los sapos somos gente sencilla, y no tenemos por costumbre complicarnos la vida, pero ese día montamos una buena, la verdad, tanto que en un momento de la noche, tanto ruido y tanta gente hicieron que mi necesidad de soledad se acrecentara (no sé si lo he dicho ya, pero los sapos somos también solitarios por naturaleza). Así que me dediqué a saltar sin un rumbo definido, lejos del alboroto, buscando algo de tranquilidad, en pos de la paz que me faltaba. Salto a salto, mis pasos me llevaron al pie de una torre... en ella, había una luz que brillaba titilante rompiendo la noche. En ese mismo momento, me di cuenta de que había estado dirigiéndome hacia esa misma luz desde hacía algunos saltos, no era casualidad que estuviera allí... así que decidí subir a la torre y seguir mis instintos... las torres son complicadas si eres un sapo, pero la curiosidad era demasiado grande como para dejarla a un lado, así que ascendí a duras penas y me asomé por la ventana.

 Mis ojos hicieron una rápida batida por el interior de la habitación, cautos ante lo desconocido... y enseguida repararon en ella... era una chica, vestida de humilde manera, sentada sobre la cama ojeando unos viejos pergaminos... ¡la princesa del castillo!, pensé, pero no era lógico que una princesa vistiera de aquella manera, ni el interior de sus aposentos encajaban con los aposentos que una princesa debiera tener, así que supuse que se trataba de alguna criada o dama menor. Después de jugar a adivinar quien era, me dediqué a observar y escuchar lo que decía, y cuando me quedó claro que no era un peligro para mí, entré en su habitación y me presenté.

 Al principio tuvo miedo, lo entiendo, no todos los días entra un sapo en tu vida, y menos por una ventana, pero después estuvimos hablando, y se estuvo riendo conmigo... hasta conseguí darle un masaje con mis verdes manos... fue una noche mágica, y me dio mucha pena que se acabara... no sabía por qué... pero esa chica había despertado en mí sentimientos que creía apagados desde hace mucho tiempo. Quería volver a verla.

jueves, 18 de agosto de 2011

Carta a --

 Querido --:

 No quiero que lo pases mal por mí, por eso te envío esta carta con un urraca, pero sólo puedo hablar contigo. Tengo que pensar en ti todo el rato para no llorar delante de los demás porque si lloro me ganaré un par de golpes extra, grillos y humillaciones. No quiero volver a ser como antes, yo creía que ya empezaba a ser feliz pero me vuelve a doler como antes. Sólo quiero una vida normal, no acostarme llorando y que me duela todo el cuerpo, que se me doblen las rodillas al caminar porque no puedo con mi propio peso. Necesito sentirme apreciada, no mucho, me conformo con que no se desprecie y pisotee todo lo que hago con esfuerzo y sin rechistar. Todo me duele.
 Cuando te vea quiero abrazarte muy fuerte y no soltarte, decirte lo que no puedo escribirte por si alguien intercepta el pájaro.

 No me gusta cómo era antes y me da miedo ver que estoy volviendo a seguir el mismo camino: dejar todo para servir al troll, hasta abandonarme. Llega un punto en el que mi cuerpo sigue funcionando como puede, pero mi cerebro se apaga y deja de luchar contra la situación. No quiero ser un zombi. Me ha dicho que no vamos a volver al castillo cuando nos vayamos de este pueblo. No he recogido mis cosas. No sé dónde vamos a vivir pero no puedo con el trabajo extra que supone prepararlo todo, yo quería estudiar y aprender para no cargar piedras y limpiar como llevo haciendo desde los seis años, quiero otra cosa, pero algo fuerte me va aplastando poco a poco. 

 Esta es la tercera copia que escribo y parece que esta vez las lágrimas no la han emborronado casi, ya temía en que esto se convirtiera en un capítulo de Alicia en el país de las maravillas y acabar nadando en mis propias lágrimas, creo que me basta con dormir sobre ellas.

 Si puedes, hazme llegar algo empalagoso, lo necesito.

Un beso
Sally