jueves, 16 de febrero de 2012

Duendes que son buena gente

 Llevo una temporada que vuelvo a estar triste y no sé por qué. El castillo sigue igual que siempre, pero yo no me siento igual.

 El otro día no sabía qué hacer con mi vida, así que fui sin pensarlo detrás de una lechuza que anida en mi ventana hasta lo más profundo del bosque. Vi que hablaba con el duende de los ojos de musgo, ese que era tan bueno. Así que cuando se fue, me asomé y me atreví a pedirle un encargo nuevo, como los que me daba el año pasado. No pudo darme ninguno, pero me prometió que hablaría con un amigo mago que tiene en otra ciudad para ver si puede acogerme como pupila. Es sólo una pequeña esperanza, pero cada día miro el cielo desde la ventana de mi torre esperando una respuesta suya.

 También me he dado cuenta de que ya no tengo la necesidad de escribir tanto como antes por culpa del sapo. Antes estaba sola en el castillo, pero ahora le cuento todo lo que me pasa y ya no me apetece volver a hacerlo por escrito.

miércoles, 1 de febrero de 2012

Trabajar en equipo

 Casi todos los trabajos que tengo que hacer ahora son con otra gente y lo odio. No es que no me guste trabajar en equipo, lo que me desespera es que el resto del servicio del castillo pasa de todo. Si tenemos que limpiar un salón en dos días, la mayoría el primer día no va. Yo no sé qué hacen en todo ese tiempo, pero no están conmigo y cuando vienen lo hacen todo muy lento y sin cuidado. El otro día, una de las enanas estaba en el mismo grupo que yo, y como no llega a nada que esté más alto de un metro, pues la dejamos fregar el suelo. Lo único que hizo fue pasar el trapo húmedo, sin frotar ni nada. Me tocó volver de madrugada a mi torre sacándole brillo a las piedras del suelo. 
 Yo no quiero pasar mas noches en las mazmorras porque los demás no hacen su trabajo, pero no puedo decírselo a nadie. Son todos iguales.
 Por culpa de todo el tiempo que pierdo haciendo lo que los demás no hacen, ya casi no me queda tiempo para hacer los encargos de los duendes. Mi vida parece la cocina en la que trabajaba Arturo cuando Merlín quiso ayudarle a lavar los platos, pero siempre en el momento en el que se cae todo.

 Por lo menos, pude empezar las clases de magia en el día que tengo libre. Sólo llevo una, pero me gusta mucho lo que han prometido que vamos a aprender.