miércoles, 9 de noviembre de 2011

Accidente de vuelo

 Ayer el troll me mandó a comprar sal para su baño semanal. Últimamente se lava muy a menudo y parece más contento, no sé qué negocios se traerá entre manos. Lo bueno de este inusual buen humor es que en lugar de darme una mula para ir al valle de las lágrimas, me dejó ir volando.

 Cuando fui era media tarde, tuve que ir todo el rato tapándome los ojos para no quemármelos con el sol, pero me daba igual, con su permiso puedo volar sin preocuparme de que me pille la guardia y me corte las alas. Al llegar, estaban como siempre todas las almas llorando flotando encima del lago. Siempre me da pena ir porque es una de las peores condenas que hay, pasar la eternidad llorando por algo que no pudiste superar en vida. Sin embargo, los elfos que llevan el negocio de secar agua para conseguir la sal de las lágrimas son muy divertidos. Están todo el día haciendo bromas, ellos no oyen a las almas en pena, sólo ven sombras que brillan, entonces les parece un trabajo muy bonito. Así que después de pasar un buen rato con uno de los elfos, guardé las bolas de sal y emprendí el vuelo al castillo.


 Ya era de noche cuando sobrevolaba el bosque, pero se veía bien. Eso creía yo, porque justo cuando pasaba por encima de las setas de los gnomos un viejo montado en un pegaso me arrolló y en cuanto comprobó que seguía viva se fue porque llegaba tarde. Ni que fuera el conejo blanco. No me parece justo que la gente que vuela con pegasos use los mismos caminos que los que vamos a cuerpo, no es justo. Allí me quedé tirada con el cuello roto hasta que un fénix de la guardia nocturna me vio y me curó con una lágrima suya.


 Menos mal que con el nuevo humor del troll no me castigó por llegar tarde, eso sí, al día siguiente a trabajar como todos los días, aunque me sigue doliendo mucho.

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