lunes, 17 de octubre de 2011

El kraken

 Este fin de semana lo he pasado con el sapo. Llegó sin avisar y me puse muy contenta. No hicimos gran cosa, pero hablamos mucho. Esperó a que terminara de trabajar para llevarme a dar un paseo volando. Fue divertido. Pero lo mejor fueron las noches.

 Fuimos al lago que hay al otro lado de la ciudad y cogimos una barquita. El tritón que lleva el negocio nos dio una azul muy bonita. Por magia avanzaba sola, así que no me tocó remar porque no sé cómo iba a hacerlo el sapo... Las hadas del bosque brillaban por toda la orilla y guiaban el camino hacia el río. 
 Al volver al lago las hadas habían desaparecido y toda la luz venía de la luna reflejada en la superficie del agua. Estaba muy oscuro e intentamos que la barca llegara al muelle, pero no se veía por ninguna parte. De la nada, el agua se abrió y un cuerpo colosal salió de las profundidades del lago, le acompañaban tentáculos más grandes que las torres del castillo. La barca se zarandeó como un patito de goma y se llenó de agua. Estuvimos a punto de volcar si no es porque el sapo me agarró para hacer contrapeso y equilibrarla.
 El enorme monstruo abrió la boca, tan grande que podrían caber tres dragones adultos sin estar apretados. Estaba llena de filas concéntricas de dientes puntiagudos como espadas. Eramos como Piratas del Caribe pero sin un barco que soporte las embestidas del animal. Emitió un sonido profundo y atronador, con un aliento putrefacto y eructó el cráneo de una ballena. 

 Tal cual había llegado se fue. Dejándonos con el corazón en la garganta. No me gusta pasar tanto miedo.

Desde entonces duermo en la mina de rubíes, prefiero un mal que pueda controlar. Por cosas así había decidido hace años no volver a nadar, pero no le puedo negar casi nada a esos ojos verdes.

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