miércoles, 12 de octubre de 2011

Muerte del basilisco

 Ayer, después de un aburrido día de trabajo llegué a mi habitación, antes mazmorra y encontré un búho gris dormido en mi almohada con un pergamino atado a la pata. Lo cogí con cuidado y lo desenrollé. El mensaje lo había escrito alguien que no tenía mucha costumbre, era como la letra de un niño que está aprendiendo pero con la caligrafía de hace más de cincuenta años. Por fin una buena noticia en el castillo.

 El cuidador de los jardines había encontrado y matado al basilisco. En el pergamino contaba que se acercó a las perreras porque había mucho ruido y se lo encontró atascado entre dos barrotes rotos. Cogió un hacha y le cortó la cabeza. No saben seguro si es el mismo que atacó a las aves de rokh porque medía doce metros, demasiado grande para ser una cría.
 El hombre está muy contento porque el troll le ha permitido hacerse un puñal con uno de los colmillos del animal. La piel y todo lo demás se lo ha quedado el troll para sus negocios.

 Por un lado me alegro de que ya no haya peligro de morir por el ataque de un basilisco, pero me da un poco de pena que lo mataran, le podían haber llevado al otro lado de las montañas negras y soltarlo allí. De todas maneras, eso no ha cambiado mucho mi situación porque sigo sin poder acercarme a las jaulas. En este castillo todo es muy raro, se parece al anterior, pero funciona de manera distinta y no consigo acostumbrarme. Tiene la ventaja de que ahora veo muy poco al troll, pero a cambio es mucho más estricto hasta que imponga su autoridad y le quede claro a todos los sirvientes de aquí quién es. A veces me acuerdo de Cenicienta, si mi vida fuera un cuento podría tener la esperanza de que algún día habrá un final feliz.

 Me consuelo pasando las noches en mi jubón, ahora miro la medalla de la Guardia Real y de vez en cuando me escapo a la mina de rubíes. Hecho de menos a mis dragones y no sé si algún día volveré a verlos.

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